Saturday 31 December 2011

La extraordinaria aventura ocurrida a Vladímir Mayakovski en verano, en el campo (1920)


  [Post invitado, por R.A., editora de Andanzas asimétricas]

Dentro del espacio dedicado a Vladimir Maiakovski (1893-1930) en la exposición "La Caballería Roja. Creación y poder en la Rusia soviética de 1917 a 1945" que se celebra actualmente en La Casa Encencida de Madrid, figura este estupendo poema de 1920. Después de verlo en mi primera visita a la exposición traté de localizarlo en la Red, pero sólo pude encontrar una versión del mismo en portugués. Para subsanar la inexistencia de un texto del poema en castellano me acerqué una segunda vez a La Casa Encendida -la exposición ciertamente lo merece- para copiar el poema y volcarlo en algún lugar que permita su localización.



Centenares de soles llameaban al oeste,
El verano estaba bien maduro
Y el calor hacía la plancha,
Era verano en el campo.
El lomo de Puchkino llevaba
La giba del monte Akula,
Mientras que allá abajo
Un villorrio retorcía
La corteza de sus techos.
Detrás de tal villorio,
Un pozo donde, invariablemente,
El sol caía con lentitud y majestad.
Pero de mañana,
Todavía,
Asciende
Para inundar al mundo de rojo.
Día tras día, sí,
Y esto
Acabó por irritarme
Bárbaramente.
Finalmente tan furioso
Que a mi alrededor todo se marchita de miedo,
Grité, de cara al sol:
"Baja!
Basta de remolonear por las fogatas!"
Grité:
"Holgazán!
Te reblandeces en las nubes,
Mírame, llueve o truene,
Yo sudo sobre mis carteles".
Grité:
"Un momento!"
Escucha, frente dorada,
Si, en lugar de acostarte
En cualquier sitio,
Bajases
A visitarme?"...
Maldición, qué hice!
Estoy perdido!
Gustosamente
El sol se dirige hasta mí,
Atravesando el campo,
Apartando el paso de sus rayos.
Escondo mi miedo,
Intento retroceder.
Ya sus ojos llegan al jardín
Lo cruzan.
Por las ventanas,
Por las puertas,
Por la más mínima hendidura,
Entraba la masa solar,
Que parecía desplomarse,
Recuperar el aliento,
Y en voz baja dijo:
"Por primera vez
Desde el Origen
mis rayos están de vuelta.
Me has llamado?
Quiero una taza de té,
Quiero mermelada!"
Con lágrimas en los ojos
-su calor me volvía loco-
Le señalo
El samovar:
"Toma asiento, pués,
Astro mío!"
No sé por qué le hablo
De forma tan insolente,
Confuso,
Me siento en la punta de un banco,
Temiendo empeorar la cosa.
Pero el sol fluía
Una singular, serena claridad,
Y muy pronto,
Sin ceremonias,
Nos pusimos
A charlar, animadamente.
Digo esto
Y aquello, y cómo
La Rosta me roe,
Y el sol:
"No te preocupes,
No compliques más las cosas!
Piensa lo simple
Que es para mí lucir!
Anda, inténtalo!
Uno puede brillar
Con todas sus fuerzas!
Y así charlamos y charlamos
Hasta que cayó la noche,
Mejor dicho, hasta que cayó
Lo que antes era la noche.
Acaso es posible hablar aquí de oscuridad?
Tuteándonos nos sentimos
A nuestras anchas.
Pronto
Le palmeo amistosamente
El hombro.
Y el sol, dice:
"Estás tú, estoy yo,
Estamos, querido amigo, nosotros dos!
Subamos, poeta,
Adonde vuelan las águilas,
Cantemos
En lo grisáceo de este mundo.
Pongo, por mi parte, mi sol propio,
Tú el tuyo,
En versos".
El muro de las sombras,
Cárcel de las noches,
Cayó bajo el fuego
Gemelo de los soles.
Confusión de versos y de luces.
Vamos, brilla todo lo que puedas!
Si el prójimo se fatiga
Y la noche
Quiere acostarse
-estúpido lirón-
Entonces me toca a mí,
De pronto levantado,
Irradiar, irradiar
Para que el carrillón del día
Suene una vez más.
Brillar siempre,
Brillar por todas partes,
Brillar, y nada de cuentos!
Tal lo que ordenamos
El Sol
Y yo.